La totalidad de los vectores que estamos exponiendo importa,
pero todos han de girar sobre este en particular: un currículo, una
enseñanza, unos aprendizajes debidamente trabajados según valores y
principios incluyentes y, naturalmente, profesores y otros profesionales
que los asuman y se esfuercen en ir realizándolos. Si las políticas y formas
de gobierno inclusivas comportan cambios culturales y prácticos, ello es
todavía más relevante en todo lo concerniente a este vector. Bajo el
paraguas explícito de la inclusión, o el combate de la vulnerabilidad
escolar y el fracaso, se ha elaborado un cuerpo de conocimiento pertinente,
y se han documentado buenos proyectos y experiencias (HABERMAN,
1991; MARTÍNEZ, 2002; HAYES, MILLS, CHRISTIE Y LINGARD, 2006;
COLE, 2008). Sus mensajes coinciden en reclamar un currículo con
contenidos rigurosos pero esenciales, apto para que los estudiantes
descubran los modos de pensar y las herramientas cognitivas de las
diferentes áreas y sus relaciones con las demás, superando la actual
fragmentación curricular; una forma de entender las dificultades escolares
sin etiquetas ni estigmas, sino como retos y posibilidades de
superarlas, sin rebajar indebidamente las expectativas; una pedagogía
rica, estimulante, con variedad de métodos, materiales, flexible, que
tome no solo en consideración la diversidad tolerándola, sino que la
entienda y la valore como un desafío al que responder, como un recurso
valioso; un currículo y unos procesos de enseñanza y aprendizaje que
cuestionen una «pedagogía de la pobreza» para los más menesterosos
(HABERMAN, 1991) pues, de ese modo, se refuerzan las desventajas
sociales, culturales, curriculares y educativas. Su alternativa es una
«pedagogía rica y justa» (COLE, 2008): calidad intelectual de los
contenidos, cultivo del pensamiento, conexión con la vida y el mundo de
los sujetos, reconocimiento honesto y equitativo de sus debilidades y
puntos fuertes, un clima escolar de trabajo exigente y con los apoyos
debidos. El valor y el rigor de las tareas escolares ha de abordarse
prestando suma atención a la implicación cognitiva, afectiva y social, a las voces de los estudiantes y su capacidad de decidir y responsabilizarse,
a los principios de una pedagogía del cuidado, en consonancia con los
aprendizajes antes señalados, que han de tomarse no tanto como
objetivos a lograr con eficacia, sino como principios de actuación (HAYES
y OTROS, 2006; SUSINOS y PARRILLA, 2008; VERDUGO, 2009). Aunque
otras tradiciones en la investigación pedagógica, como la eficacia y
mejora escolar, surgieron y se desarrollaron con esquemas y enfoques
diferentes a los que venimos recogiendo aquí, sus aportaciones también
coinciden en las apreciaciones y propuestas fundamentales (MUÑOZ
REPISO y MURILLO, 2003). Algunas implicaciones para el profesorado,
asimismo, pueden verse, entre otros, en Escudero y Luis Gómez (2006),
donde se abordan implicaciones para la formación del profesorado de una
educación para todos, así como se alerta sobre algunos riesgos de ciertas
políticas en curso.
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