El significado del término “educación inclusiva” o “inclusión educativa” continúa
siendo confuso. En algunos países, se piensa en la inclusión como una modalidad de tratamiento de
niños con discapacidad dentro de un marco general de educación. A escala internacional, sin
embargo, el término es visto de manera más amplia como una reforma que acoge y apoya la
diversidad entre todos los alumnos (UNESCO, 2005):
La educación inclusiva puede ser concebida como un proceso que permite abordar y
responder a la diversidad de las necesidades de todos los educandos a través de una mayor
participación en el aprendizaje, las actividades culturales y comunitarias y reducir la
exclusión dentro y fuera del sistema educativo. Lo anterior implica cambios y
modificaciones de contenidos, enfoques, estructuras y estrategias basados en una visión
común que abarca a todos los niños en edad escolar y la convicción de que es
responsabilidad del sistema educativo regular educar a todos los niños y niñas. El objetivo
de la inclusión es brindar respuestas apropiadas al amplio espectro de necesidades de
aprendizaje tanto en entornos formales como no formales de la educación. La educación
inclusiva, más que un tema marginal que trata sobre cómo integrar a ciertos estudiantes a
la enseñanza convencional, representa una perspectiva que debe servir para analizar cómo
transformar los sistemas educativos y otros entornos de aprendizaje, con el fin de responder
a la diversidad de los estudiantes. El propósito de la educación inclusiva es permitir que los
maestros y estudiantes se sientan cómodos ante la diversidad y la perciban no como un
problema, sino como un desafío y una oportunidad para enriquecer las formas de enseñar y
aprender"
Desde tal perspectiva3
se asume que el objetivo final de la educación inclusiva es contribuir a
eliminar la exclusión social que resulta de las actitudes y las respuestas a la diversidad racial, la
clase social, la etnicidad, la religión, el género o las aptitudes entre otras posibles. Por tanto, se
parte de la creencia de que la educación es un derecho humano elemental y la base de una sociedad
más justa. (Blanco, 2010).
A la vista de esta perspectiva más amplia y compleja, a continuación planteamos los que
consideramos los principales ámbitos de la acción educativa que es necesario examinar para hacer
progresar las políticas y las prácticas actuales en la dirección de configurar sistemas educativos más
incluyentes y por ello con mayor equidad.
La confusión que existe dentro de este campo surge a escala internacional, al menos en parte,
porque la idea de una educación inclusiva puede ser definida de muchas maneras (Ainscow, Farrell
& Tweddle, 2000; Dyson, 2001; Echeita, 2006. 2008, Escudero y Martínez, 2011). Por tanto, no
sorprende que en muchos países el progreso sea decepcionante ni la existencia, al respecto, de
opciones y políticas educativas contradictorias. Por ejemplo, en el análisis de los planes educativos
nacionales para Asia llevado a cabo por Ahuja (2005), se comenta que la idea de una educación
inclusiva no había sido mencionada. De hecho, a menudo, las escuelas especiales y los internados
se presentaban como parte de una estrategia para satisfacer las necesidades de una amplia variedad
de estudiantes en desventaja, y la educación informal era percibida como la solución a las
necesidades educativas de los grupos marginalizados. Esta es una tendencia preocupante, sobre todo
dados los efectos negativos de la institucionalización en grupos de niños vulnerables en contextos
de pocos recursos (Naciones Unidas, 2005). Por su parte en España al tiempo que se apoya al más
alto nivel las declaraciones y principios propios de la educación inclusiva, se están aplicando
normas y procedimientos de escolarización del alumnado con n.e.e, que facilitan la segregación de
algunos en centros de educación especial, contraviniendo las opciones inclusivas defendidas por sus
padres (Echeita, 2010).
En todo caso, uno de los aspectos más conflictos de esta perspectiva es que el término de inclusión
aparece siempre íntimamente ligado al de necesidades educativas especiales (Blanco, 2006;
AA.VV, 2009), pero no así, o al menos no tan en primer plano, cuando se analiza la situación de
otras situaciones de desigualdad, como el género o la pertenencia étnica, situaciones que cuando son
analizadas en reuniones, jornadas o congresos, aparecen bajo otros epígrafes como igualad de
género, educación intercultural, o educación antidiscriminatoria. No debe albergase ninguna duda
de que hablar de inclusión educativa, como señalaremos en un momento, es estar pendientes de la
situación educativa del alumnado más vulnerables y, sin lugar a dudas también, los alumnos y
alumnas considerados con discapacidad lo son, seguramente en mayor grado que otros. Lo que
queremos señalar, para pensar también sobre ello, es que a pesar de lo aparentemente inclusivo que
resulta el concepto de “inclusión” a la hora de la verdad muchos afectados o estudiosos del tema no
se sienten aludidos. Habremos de analizar esta cuestión con cuidado, con el objeto de fomentar y no
de entorpecer, las necesarias sinergias que desde distintos ámbitos, organizaciones y movimientos
sociales se deben llevar a cabo para hacer frente a las barreras que limitan el derecho a una
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